sábado, 1 de abril de 2017

Camino a casa: Las veredas de la imaginación creadora

“El camino a casa” es una película excepcional. En su desarrollo el director nos va desmadejando tres historias que son la misma historia; la más explícita: una historia de amor, la más discreta: el entusiasmo por la enseñanza de un maestro rural; la que acoge toda la trama: la celebración de un rito puesto en cuestión por el aire de los “nuevos tiempos”. En relación a esta trama el filme delimita con brillantez el sentido de lo ritual al tiempo que deja transparentar el nihilismo asociado a la visión moderna que se tiene de ritos y ceremonias. A partir de ahí quedaremos confrontados con una discreta indagación sobre lo ritual, eros y la imaginación creadora.

Si bien el rito a celebrar es el contexto de la narración el director nos brinda una historia de amor bella hasta decir basta. Visualmente sembrada y narrada con un ritmo que, naturalmente, enlaza las diversas historias. De entre las diversas visiones y perspectivas el director privilegiará, magistralmente, un mirar específico. Un mirar al que el mundo sólo le devuelve intensidad y plenitud. Un mirar capaz de llevar el color a la escena; lo que contrastará con el blanco y negro de los momentos en que ese mirar se vea sustituido por la visión de las cosas y la textura existencial de otros personajes. El ir y venir entre el color y el blanco y negro nos indicará los diversos mundos posibles. Pura imaginación creadora maravillosamente enhebrada por Zhang Yimou en, acaso, uno de sus mejores trabajos.

Esa  mirada de privilegio, en la que las diversas tramas encontrarán su quicio y sostén, será la mirada encantada que dirige hacia la vida la protagonista femenina Zhao Di. A partir de la misma, la escena instaurada, el propio espacio visual de Zhao Di y la simple insinuación de los sentimientos serán los que hablen. En tal sentido acaso estemos ante uno de los mejores trabajos de la protagonista femenina del film, la actriz china Zhang Ziyi. Los silencios dominarán la película. Los silencios y la intensa expresividad de un mundo atravesado por la historia de amor que se nos narra a través de la mirada de la joven protagonista. En su mirar las escenas más sencillas vendrán a encontrar un sentido y una cualidad especial. Tanto será así que toda la película tendrá como referencia básica el propio cuerpo sintiente de Zhao Di. Su propia expresividad y el mundo que instaura su mirada serán pues esa esfera de la que dimana todo el film. De ahí, la discreta sensualidad que se irradia. Tal sensualidad, constituida desde la mirada de Zhao Di, irradiará tiempo, historia y naturaleza; sembrándolo todo de belleza y potencia vital. Esta potencia vital, finalmente, revelará el sentido del rito que se lleve a cabo. Aquí por sensualidad entiendo erótica, es decir, capacidad unitiva, vinculo de vida. Desde tal vínculo entre cuerpo y realidad quedará instaurada la textura y carne del mundo que se percibe. A la medida del cuerpo vivo que, traspasado en la percepción, alumbra una textura específica de vida. En la película que nos ocupa la erótica será tan intensa que el cuerpo sintiente de la protagonista sublimará y encantará su propio entorno vital. De esta manera la expresión “carne espiritual” mostrará con especial claridad su sentido. ¿Acaso el mundo -lo real- y su específico aparecer se encuentra desligado del cuerpo vivo que percibe?... Parece que no. Hasta el punto que el cuerpo vivo, de la mano de su actividad cognoscitiva, vendría a plasmar una posibilidad concreta de realidad. La vida como cruce, como copula, como encuentro... Atendiendo a lo dicho la noción de cuerpo pareciera ensancharse hasta el mundo que alcanza y revela su propio percibir... 

De esta manera el cuerpo de la protagonista, su capacidad de vida y la sensualidad y creatividad de su mirada, será el plano en el que se desarrolle este film. La vitalidad de esta campesina alcanzará más allá de su propio mirar, y esa vitalidad será lo suficientemente creativa, penetrante y poderosa como para desvelarnos, con sencillez, el sentido de un rito. Al tiempo, la vida y el sentido que Zhao Di será capaz de convocar tornará patentes los prejuicios hacia lo ritual propios de la mentalidad dominante. Adentrémonos más en la cuestión de lo ritual.

La película arranca con el hijo de la campesina volviendo a casa. Su padre ha muerto y se debate sobre cómo celebrar el funeral. La mujer se aferra a la celebración de una procesión ritual de corte tradicional. El alcalde del pueblo lo considera una superstición puramente sentimental y, además, compleja de realizar. Tal celebración exigiría desplegar, además, unos medios humanos y económicos de los que no se dispone. Entre medias de tales vacilaciones emerge la singularidad y corporalidad de la ya anciana Zhao Di, su capacidad de vida. Tras esta puesta en escena se produce un gran flash back de varias décadas y la mirada de la joven Zhao irrumpe. El nudo de la película nos iniciará en la textura vital y en la mirada de la campesina. El color llega a la pantalla -antes estábamos confrontados con el blanco y negro- y todo descansará en el regazo de la mirada de la joven. Todo quedará acompasado a su capacidad de vida, esto es, a su propio cuerpo, a su ver y sentir. Como ya he indicado, de su mano, un mundo irrumpirá, un mundo lo suficientemente poderoso como para instaurar la vida a su alrededor –el color- y, finalmente, desvelarnos con sencillez el misterio de todo rito. En la mirada de Zhao Di la vida se abre y el rito queda convertido en la escena de la que dimana el sentido. No se trata de que las viejas creencias, asociadas a la fuerza del rito, sean verdad o mentira sino de la potencia del rito y de cómo este, discretamente, sella las vidas de los partícipes promoviendo una serie de influencias que instauran una realidad y una cualidad de vida específicas. La mirada de Zhao Di desvelará lo insustancial de la postura del alcalde que entiende al rito como una mera creencia supersticiosa al tiempo que disolverá las dudas del hijo de ésta. En realidad todo se reducirá a la vida, propia y ajena, que el rito libera. De ahí que entender el rito desde las creencias que lo pudieran rodear, en este caso referidas a la capacidad del alma del difunto de encontrar el camino a casa, se nos revelará finalmente un argumento pobre. ¿Acaso quienes asisten a la procesión asumiendo tal creencia no se ven movidos y conmovidos por el rito como tal? ¿Acaso quienes no participan de tal creencia no se verán igualmente conmovidos por el pasaje escénico que sinceramente transitan?…

En realidad pocas historias nos revelan de forma tan sencilla el nihilismo al que aboca la mera razón analítica y el descuido de las elaboraciones del imaginario humano. Los ritos y sus supuestas verdades no son verdad ni mentira, son expresiones del alma humana al encuentro con la vida. En este sentido conviene no olvidar cómo la mera razón predicativa siempre se revela insuficiente a la hora de calibrar y convocar las potencias de la vida anímica. Por eso, atendiendo a la exclusiva medida de la razón ilustrada, el paisaje humano sólo tiende a estrecharse. En realidad, será la propia razón, bien pulida, la que dé cuenta de lo dicho, constatando y tocando los ámbitos que la transcienden... En este caso por lo que se refiere al ritual y a las potencias del mirar del hombre.

“El camino a casa” nos ofrece un perfecto ejemplo de la relevancia cognoscitiva, perceptiva y sintiente, de la llamada imaginación o phantasia creadora. Así, el propio mirar del hombre, será el que llene el espacio y facilite, si es el caso, reconocer el sentido de las cosas. La percepción y textura del mundo que emerge quedará incardinada en la propia creatividad de la vida anímica, en la finura de las propias emociones y en la cualidad de la vida del cuerpo. Atendiendo a lo dicho el ritual, ese ritual supuéstamente inexplicable, encontrará un sentido en la sencilla plenitud de vida que indique. En ese horizonte de sentido, y en el cuerno de la abundancia que se insinúa, ciertos problemas vendrán a cancelarse. Entre otros la celebración del rito y, sobre todo, el duelo de la anciana y la conciliada memoria que el hijo acogerá de su padre fallecido.

1 comentario:

  1. En este sentido conviene no olvidar cómo la mera razón predicativa siempre se revela insuficiente a la hora de calibrar y convocar las potencias de la vida anímica. Por eso, atendiendo a la exclusiva medida de la razón ilustrada, el paisaje humano sólo tiende a estrecharse. En realidad, será la propia razón, bien pulida, la que dé cuenta de lo dicho, constatando y tocando los ámbitos que la transcienden... En este caso por lo que se refiere al ritual y a las potencias del mirar del hombre.

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