“El camino a casa” es una película excepcional. En su
desarrollo el director nos va desmadejando tres historias que son la misma
historia; la más explícita: una historia de amor, la más discreta: el
entusiasmo por la enseñanza de un maestro rural; la que acoge toda la trama: la
celebración de un rito puesto en cuestión por el aire de los “nuevos tiempos”. En
relación a esta trama el filme delimita con brillantez el sentido de lo ritual
al tiempo que deja transparentar el nihilismo asociado a la visión moderna que
se tiene de ritos y ceremonias. A partir de ahí quedaremos confrontados con una discreta indagación sobre lo ritual, eros y la imaginación
creadora.
Si bien el rito a celebrar es el contexto de la narración el director nos brinda una historia de amor
bella hasta decir basta. Visualmente sembrada y narrada con un ritmo que,
naturalmente, enlaza las diversas historias. De entre las diversas visiones y perspectivas el director privilegiará, magistralmente, un mirar
específico. Un mirar al que el mundo sólo le devuelve intensidad y plenitud. Un
mirar capaz de llevar el color a la escena; lo que contrastará con el blanco y
negro de los momentos en que ese mirar se vea sustituido por la visión de las
cosas y la textura existencial de otros personajes. El ir y venir entre el
color y el blanco y negro nos indicará los diversos mundos posibles. Pura
imaginación creadora maravillosamente enhebrada por Zhang Yimou en, acaso, uno
de sus mejores trabajos.
Esa mirada de
privilegio, en la que las diversas tramas encontrarán su quicio y sostén, será la
mirada encantada que dirige hacia la vida la protagonista femenina Zhao Di. A
partir de la misma, la escena instaurada, el propio espacio visual de Zhao Di y
la simple insinuación de los sentimientos serán los que hablen. En tal sentido
acaso estemos ante uno de los mejores trabajos de la protagonista femenina del
film, la actriz china Zhang Ziyi. Los silencios dominarán la película. Los
silencios y la intensa expresividad de un mundo atravesado por la historia de
amor que se nos narra a través de la mirada de la joven protagonista. En su
mirar las escenas más sencillas vendrán a encontrar un sentido y una cualidad
especial. Tanto será así que toda la película tendrá como referencia básica el propio cuerpo sintiente de Zhao Di. Su propia
expresividad y el mundo que instaura su mirada serán pues esa esfera de la que dimana todo el film. De ahí, la discreta sensualidad que se irradia. Tal sensualidad, constituida desde la mirada de Zhao Di, irradiará
tiempo, historia y naturaleza; sembrándolo todo de belleza y potencia vital.
Esta potencia vital, finalmente, revelará el sentido del rito que se lleve a
cabo. Aquí por sensualidad entiendo erótica, es decir, capacidad unitiva,
vinculo de vida. Desde tal vínculo entre cuerpo y realidad quedará
instaurada la textura y carne del mundo que se percibe. A la medida del
cuerpo vivo que, traspasado en la percepción, alumbra una textura
específica de vida. En la película que nos ocupa la erótica será tan intensa
que el cuerpo sintiente de la protagonista sublimará y encantará su propio
entorno vital. De esta manera la expresión “carne espiritual”
mostrará con especial claridad su sentido. ¿Acaso el mundo -lo real- y su
específico aparecer se encuentra desligado del cuerpo vivo que percibe?...
Parece que no. Hasta el punto que el cuerpo vivo, de la mano de su
actividad cognoscitiva, vendría a plasmar una posibilidad concreta de
realidad. La vida como cruce, como copula, como encuentro... Atendiendo
a lo dicho la noción de cuerpo pareciera ensancharse hasta el mundo que alcanza
y revela su propio percibir...
De esta manera el cuerpo de la protagonista, su capacidad de vida y la sensualidad y creatividad de su mirada, será el plano
en el que se desarrolle este film. La vitalidad de esta campesina
alcanzará más allá de su propio mirar, y esa vitalidad será lo
suficientemente creativa, penetrante y poderosa como para desvelarnos, con
sencillez, el sentido de un rito. Al tiempo, la vida y el sentido que Zhao Di será
capaz de convocar tornará patentes los prejuicios
hacia lo ritual propios de la mentalidad dominante. Adentrémonos más en la cuestión de lo ritual.
La película arranca con el hijo de la campesina
volviendo a casa. Su padre ha muerto y se debate sobre cómo celebrar el
funeral. La mujer se aferra a la celebración de una procesión ritual de corte
tradicional. El alcalde del pueblo lo considera una superstición puramente
sentimental y, además, compleja de realizar. Tal celebración exigiría
desplegar, además, unos medios humanos y económicos de los que no se dispone.
Entre medias de tales vacilaciones emerge la singularidad y corporalidad de la
ya anciana Zhao Di, su capacidad de vida. Tras esta puesta en escena se
produce un gran flash back de varias décadas y la mirada de la joven Zhao
irrumpe. El nudo de la película nos iniciará en la textura vital y en la mirada
de la campesina. El color llega a la pantalla -antes estábamos confrontados con
el blanco y negro- y todo descansará en el regazo de la mirada de la joven.
Todo quedará acompasado a su capacidad de vida, esto es, a su propio cuerpo, a
su ver y sentir. Como ya he indicado, de su mano, un mundo irrumpirá, un mundo
lo suficientemente poderoso como para instaurar la vida a su alrededor –el
color- y, finalmente, desvelarnos con sencillez el misterio de todo rito. En la
mirada de Zhao Di la vida se abre y el rito queda convertido en la escena de la
que dimana el sentido. No se trata de que las viejas creencias, asociadas a la
fuerza del rito, sean verdad o mentira sino de la potencia del rito y de cómo
este, discretamente, sella las vidas de los partícipes promoviendo una serie de
influencias que instauran una realidad y una cualidad de vida específicas. La mirada de Zhao Di desvelará lo insustancial de la postura del
alcalde que entiende al rito como una mera creencia supersticiosa al tiempo que
disolverá las dudas del hijo de ésta. En realidad todo se reducirá a la vida, propia y ajena, que el rito libera. De ahí que entender el rito desde las creencias que lo pudieran rodear, en este caso referidas a la capacidad del
alma del difunto de encontrar el camino a casa, se nos revelará finalmente un
argumento pobre. ¿Acaso quienes asisten a la procesión asumiendo tal creencia
no se ven movidos y conmovidos por el rito como tal? ¿Acaso quienes no
participan de tal creencia no se verán igualmente conmovidos por el pasaje
escénico que sinceramente transitan?…
En realidad pocas historias nos revelan de forma tan
sencilla el nihilismo al que aboca la mera razón analítica y el descuido de las
elaboraciones del imaginario humano. Los ritos y sus supuestas verdades no son
verdad ni mentira, son expresiones del alma humana al encuentro con la vida. En
este sentido conviene no olvidar cómo la mera razón predicativa siempre se
revela insuficiente a la hora de calibrar y convocar las potencias de la vida anímica. Por
eso, atendiendo a la exclusiva medida de la razón ilustrada, el paisaje humano
sólo tiende a estrecharse. En realidad, será la propia razón, bien pulida, la
que dé cuenta de lo dicho, constatando y tocando los ámbitos que la
transcienden... En este caso por lo que se refiere al ritual y a las potencias
del mirar del hombre.
“El camino a casa” nos ofrece un
perfecto ejemplo de la relevancia cognoscitiva, perceptiva y sintiente, de la llamada imaginación o phantasia creadora. Así, el propio
mirar del hombre, será el que llene el espacio y facilite, si es el caso, reconocer el sentido de las
cosas. La percepción y textura del mundo que emerge quedará incardinada en la
propia creatividad de la vida anímica, en la finura de las propias emociones y en la cualidad de la vida del cuerpo. Atendiendo a lo dicho el ritual, ese ritual
supuéstamente inexplicable, encontrará un sentido en la sencilla plenitud de
vida que indique. En ese horizonte de sentido, y en el cuerno de la abundancia que se insinúa,
ciertos problemas vendrán a cancelarse. Entre otros la celebración del rito y,
sobre todo, el duelo de la anciana y la conciliada memoria que el hijo acogerá
de su padre fallecido.
En este sentido conviene no olvidar cómo la mera razón predicativa siempre se revela insuficiente a la hora de calibrar y convocar las potencias de la vida anímica. Por eso, atendiendo a la exclusiva medida de la razón ilustrada, el paisaje humano sólo tiende a estrecharse. En realidad, será la propia razón, bien pulida, la que dé cuenta de lo dicho, constatando y tocando los ámbitos que la transcienden... En este caso por lo que se refiere al ritual y a las potencias del mirar del hombre.
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