martes, 30 de enero de 2024

Quo vadis vivere

 


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El susurro que sugiere. La imagen que nos dice. La mirada sin dueño haciendo emerger lo humano y sus pasajes... Todo en El Bosco(1) va dirigido a lo que el cristianismo medieval llamó la meditatio; la reflexión encarnada e íntima sobre la textura del ser y del estar. Los estados del alma reflejados por los múltiples detalles de sus cuadros, los devenires imaginables, el terror de la pérdida, lo celeste como umbral exhuberante y pleno del silencio; todo ello nos lo muestra en sus obras... Su fecunda pintura, en el tono y en el temple, indica una multitud de imágenes capaces de devolvernos al pasaje esquivo de la catarsis y la anagnorisis. Katarmoi -purificación de las pasiones-, abismamiento del alma, toma de conciencia, despertar. Estamos ante un arte mistérico que promueve el movimiento del alma hacia su centro y hacia la gloria del cuerpo reanimado. La vida y la carne de los símbolos. El symbolon empujando a la unidad del alma...

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Ad inferos. En su pintura Jheronimus Bosch nos muestra los infiernos con precisión y diáfanamente; a la medida del alma y del cuerpo vivo deshilachado y descompuesto. En la imagen que se nos propone vislumbramos un tránsito sombrío que anega el alma en la ponzoña y acota la animación del cuerpo en lo deforme. De la boca a la mente (2). De los umbrales del eros y de los umbrales del logos. La copertenencia de eroslogos, del ser y del deseo. Un eros vapuleado y herido troquelando el conocer y abrasando el ser inédito que se oculta. La potencia del alma escondida en el bosque más denso y sombrío. Ahí solo queda el ruido y el tedio... Hay quien alancea la propia palabra anegando su susurro. Las sombras se agolpan confusas en la garganta dolorida privando de aliento y de expresión. Las sombras enhebrando la efervescencia del alma... El hombre deformado, en las antípodas de su figura, como escenario derramado de lo doliente.Vae victis -Ay de los vencidos-... Eros, ser y conocer, el triángulo equilátero de la vida. Quo vadis vivere -Adonde vas viviente-.

(1) Es un detalle de un cuadro atribuido a un discípulo de El Bosco, un cuadro de su taller.

(2) Mente, del latin mens; término acuñado por la escolástica para indicar la actividad del alma.

miércoles, 20 de diciembre de 2023

Epitafio: la belleza mineral desnudando

 


Acabo de ver una peli mexicana que desconocía, casi casualmente, dirigida por Yulene Olaizola y Ruben Imaz.. Se llama Epitafio y narra la insólita epopeya de tres castellanos que durante la expedición de Hernan Cortés a tierras mesoamericanas ascienden al volcán Popocatepl -en nahuatl montaña humeante- de 5400 metros y de muchísima actividad sísmica y eruptiva. En la ascensión, sin más amparo que las vestimentas de la época, se constató la posibilidad de hacerse con azufre para así utilizarlo en la elaboración de pólvora; algo importante para la expedición de Cortés. El planteamiento de la película es tremendamente inteligente. Los castellanos solos ante la naturaleza indómita, midiéndose en ella, encontrándose en esa soledad y mostrando lo que llevan dentro afrontando el desconcierto del encuentro con una belleza casi inhumana y decididamente hostil. En tal contexto los diálogos servirán para indagar en la conciencia y personalidad del español de la época a la conquista del dominio mexica y en plena expansión imperial. Por eso Epitafio se nutre de lo aportado por textos de la época, especialmente en la obra de Bernal Diaz el Castillo, para enhebrar tales diálogos. El resultado lo entiendo orientado; alcanzar la nobleza y la fama por encima del oro y las riquezas, la esfera de lo religioso como eje que ordena la conquista y la subjetividad de los castellanos, el castellano como soldado que solo se reconoce en la victoria y en la prueba superada. Todo esto aparecerá en la indagación que a través del diálogo se hace de esos conquistadores que ascendieron al Popocatepl.

El gran cierto de esa indagación es atender al pathos de esa gente más que a los intereses. Se insinúa casi una ebriedad capaz de abrir a algo tan insólito como escalar un volcán, abordar una expansión imperial o meterse en los frágiles barcos de la época atravesando un océano. En la escalada hay quien quiebra físicamente en manos del mal de altura, quien al quedar desnudo interiormente  y sin eje ante el descomunal esfuerzo físico y lo inhumano del paisaje es conducido al desorden de la propia memoria y a los desmanes cometidos; también hay a quien el Popocatepetl le confirma en esa sed de gran gesta, desafío y fama heroica que se considerada amparada por la divinidad. Como telón de fondo el cristianismo como textura de una civilización y de un tipo humano muy seguro de sí y de su condición. Todo lo dicho se advierte claramente en las cartas de Cortés: expandimos el mundo civilizado; somos la nueva Roma ampliando su Imperio; el imperio católico como plenitud de esa Roma. Así quedará servido un estado casi de ebriedad que acogerá esta disposición y la de los propios escaladores del Popocatepetl. No le tenemos miedo aclaran los castellanos desde el principio del relato, dejémonos de supercherías y supersticiones se dirán entre ellos tras despedirse de sus guías nativos. Estos les advertirán, cariñosamente, de los peligros a los que van a enfrentarse. El volcán está vivo y ya sabe que estáis aquí les dirán sus compañeros tlaxtecas; no soportareis su temblor, no subir, quedaros con nosotros… A su frente la misteriosa y enigmática belleza de una naturaleza capaz de desbaratarles hasta su propia muerte. La belleza del Popocatpetl, cada vez más agreste, cada vez más nevada, cada vez más humeante, será la escena del drama. Sobresaliente la tarea de dirección al desvelar tal belleza.  

Como vengo diciendo la indagación psicológica en los personajes alcanza satisfactoriamente el objetivo de atender al perfil interior del español de la época en el escrutinio al que empuja el volcán -el volcán está vivo-. Su paisaje, de roca y humo en una belleza mineral desatada desafiará no solo el cuerpo sino también el alma de estos hombres a los que se les mide y de los que saca casi todo de ellos. El de apelar a esta belleza incierta, mineral y salvaje que envuelve a los españoles llevándoles a un límite que les desnuda es el gran acierto del film. Acaso un pero; como digo los diálogos aciertan pero en uno de esos diálogos se lleva a uno de los españoles a profundizar en los desmanes cometidos por quedar arrojado en el trance del Popocatepetl a su propia conciencia. Es un evidente acierto del guionista que así confronta al conquistador con su sombra. Con todo, los horrores que narra son de tal magnitud que rozan la ficción negrolegendaria. Acaso, sin este toque, la peli no habría sido digerible por el público mexicano ya que todo lo demás conduce en otra dirección y, en absoluto, es un ejemplo de ese imaginario negrolegendario. En cualquier caso he de reconocer que más allá del debate público y si pudiéramos prescindir de los dimes y diretes sobre la leyenda negra la escena engarza sin disonancia alguna en la narración planteada.

Como digo el film indaga e investiga en la mente de los conquistadores y en un pasaje de enorme singularidad en la historia. Cómo entender la conquista de América en un momento histórico en el que todo hubiera aconsejado un retraso de algún siglo para abordar tal expansión; eso fue lo que hicieron ingleses o franceses. Lo que nutría eso que se terminará conociendo como austracismo, que emborrachó el imaginario de los españoles de la época en la idea de Imperio, es decir, en la idea de la unidad de Occidente desde sus instituciones tradicionales -el imperio y el papado- es lo que torna comprensible la época y sus actores. La historia, sin embargo, en la emergencia de los estados nación liquidó la perspectiva de una cristiandad unida en esas instituciones tradicionales para desvelar otros horizontes. España -la monarquía hispánica propiamente dicha- por aquel entonces no era una nación sino un imperio multinacional que se expandía en América soñando ser la nueva Roma. En realidad, una cuestión de imaginario político dando cauce a una praxis casi inviable. Epitafio, una historia bien contada lejos de toda apología y de todo furor criticista abordará una perspectiva básicamente descriptiva al hacerse cargo del español del XVI. Ese es su gran logro.

jueves, 2 de noviembre de 2023

El sol salió anoche y me cantó

 

Acabo de recibir el nuevo libro de Juan Carlos Usó. El libro, atendiendo al llamado experimento de  Viernes Santo, reflexiona sobre la llamativa capacidad de las sustancias visionarias para inducir experiencias de perfil espiritual. Para ello el autor glosará tanto el experimento indicado como las investigaciones que sobre la conciencia se vienen sucediendo en el ámbito de la neurociencia. Al tiempo introducirá una serie de entrevistas a gentes perfil diverso sobre la cuestión planteada. Estas personas serán gente conocedora de la experiencia que sirven estas sustancias y/o de la fenomenología de las experiencias religiosas. Entre los entrevistados destacaré al antropólogo Josep María Fericgla, al poeta Vicente gallego, a Fernando Mora, gran conocedor de la obra de Ibn Arabi, al maestro zen Dokusho Villalba o al indólogo Oscar Pujol. Usó tuvo a bien entrevistarme también a mí en el libro.


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El nuevo libro de JC Usó de título “El sol salió anoche y me cantó” es todo un homenaje al famoso experimento realizado en la Universidad de Harvard el 20 de Abril de 1962 conocido como el experimento de Viernes Santo. Ese día, según se iba constatando la potencia de las plantas y sustancias visionarias para dinamizar experiencias vividas en clave religiosa y mística, se dio psicolocibina a veinte alumnos voluntarios de la Facultad de Teología de Harvard. Se trataba de profundizar e indagar en la cuestión planteada. En el experimento se confirmó una cuestión que no deja de desafiarnos intelectualmente. Más allá de los testimonios de los participantes o de las limitaciones evidentes en el diseño del experimento las preguntas que se planteaban eran muchas. ¿Vincular las experiencias místicas a la bioquímica o la fisiología cerebral las restaba credibilidad?. ¿Podían replicarse experiencias de perfil espiritual con la simple ingesta de un psicoactivo?.[1] ¿Nos encontramos realmente con experiencias espirituales significativas?. ¿Qué diferencia hay entre una experiencia espiritual profunda y la dinamizada por un psicoactivo?. ¿Cual es el valor real de estas experiencias desde el punto de vista del ser y del conocer?... Ante estas preguntas Usó, con acierto, reconoce y delimita el desafío intelectual que plantean. ¿Cabe preguntar e interpelar a la gente conocedora de la fenomenología religiosa y/o de las experiencias que brindan estas sustancias? Consideremos que no estaremos ante experimentadores bisoños ni ante meros aficionados. A partir de estas cuestiones y teniendo muy presentes los avances que se han sucedido en fisiología cerebral y neurología arranca la propuesta de Juan Carlos Usó.

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“El sol salió anoche y me cantó”  incluye una glosa detallada del experimento de Viernes Santo, una serie de entrevistas a gentes de perfil diverso pero al tanto de la cuestión planteada y un texto del propio Usó en el que se reflexiona y compendia las investigaciones científicas en curso sobre asuntos que competen a lo planteado por este experimento. En el texto se nos sugiere una propuesta afortunada. Hay quien ha dicho que el siglo XXI, en términos científicos, será el siglo del cerebro y lo cierto es que las investigaciones sobre neurología y fisiología cerebral van adquiriendo una relevancia creciente. En tal contexto una de las grandes cuestiones planteadas es la de la conciencia y la del vínculo esquivo y complejo de ésta con el cerebro. En el texto Usó nos hará un magnífico compendio del estado de la cuestión y de las investigaciones que se van sucediendo. Según su criterio, y sin pretender vaciar las cuestiones espirituales en lo estrictamente científico, la pregunta por lo divino acontecería en vecindad con la pregunta por la conciencia de la que se ocupan los neurocientíficos y que no deja de desbordarles. Reitero, Usó no comete el error de pretender vaciar las cuestiones espirituales en lo científico y en lo neurológico pero si que demanda un diálogo. En tal debate las sustancias visionarias si algo dejan claro es la complejidad de las cuestiones de conciencia sobre todo si queremos delimitarlas desde la persona singular. ¿Hasta donde alcanza la conciencia?. ¿Cómo vienen a entrelazarse el perceptor y el mundo percibido en eso que llamamos conciencia?. ¿Se pueden reducir explicativamente conciencia y mente a la esfera de lo fisiológico?. ¿Totaliza lo neurofisiológico todo lo que podamos decir sobre la conciencia? ¿Cuál es el vínculo entre conciencia y mundo percibido?. Con tino, Usó, advertirá en las cuestiones vinculadas a la conciencia y sus figuras la insinuación de las viejas preguntas por el espíritu.

A partir de ahí caería como fruta madura el diálogo entre ciencia y espiritualidad lo que no será sino el diálogo entre ciencia y sabiduría tradicional. Usó aludirá a las upanishads con el fin de ampliar las desconcertantes veredas que van insinuándose. No será el único. En la historia han sido varios los científicos de calado que han planteado las resonancias entre ciencia y disciplinas metafísicas y/o espirituales. Pienso en el premio Nobel Erwin Schrödinger apelando al Vedanta tan vinculado, por lo demás, a las upanishads. El libro del prestigioso científico Fritjof  Capra “El tao de la física” sea acaso lo más recomendable para acercarse a estas resonancias. También será reseñable el libro publicado por Ed. Kairos “Cuestiones cuánticas”  en el que se  recogen los textos de los más destacados científicos cuánticos sobre tales vecindades.

Y así es; los saberes humanísticos, en su riqueza hermenéutica y en tanto interpretaciones de lo humano, podrían aportar a las ciencias mucho más de lo que suele suponerse. Para empezar capacidad de lenguaje, comprensión y expresión, esto es, una formulación adecuada de las preguntas pertinentes y una comprensión más aquilatada de las implicaciones de lo estrictamente experimental más allá de lo propiamente científico. Al tiempo, cabe también preguntarse qué puede aportar la ciencia a las disciplinas espirituales. Consideremos que éstas tienes sus propios métodos de validación –los propios de cada senda espiritual- y una manera específica de entender sus enunciados completamente vinculada a la operativa espiritual y a un determinado refinamiento de la conciencia.

Usó cierra el libro citando un texto de Antonio Escohotado en el que se apunta al retorno al origen del principio de animación de la vida singular una vez que esta declina en la muerte. En la cita Escohotado maneja la idea de alma en un sentido filosófico de tal modo que ésta no sería sino la vida y la animación del cuerpo. Y es que la animación del cuerpo, la vida del cuerpo, exige de un concepto que la nombre. Por eso, la recurrencia y potencia del concepto de alma por mucho que se intente dar por periclitado. Recuerdo el monumental libro de Rohde “Psijé”. En el mismo el autor nos recuerda que en la obra homérica se podría directamente traducir psije por vida sin que esta traducción lastrara en demasía el sentido indicado por Homero.

Lo planteado por Escohotado resulta sugerente. ¿Cuál es el vínculo de la vida de cada cuerpo con la vida en general?, ¿cuál es el vínculo entre el principio de animación de la vida singular y el principio de animación de la vida-toda?. Los antiguos griegos distinguían entre la byos -la vida singular de cada organismo- y la zoé -la vida toda; la vida en un sentido general-. ¿Cuál es el vínculo entre ambas?. ¿Retorna nuestro aliento vital a la zoé?. ¿Cabe hablar en estos términos?.

La perspectiva hegeliana de espíritu de Escohotado y el despliegue del mismo en la historia entendido como evolución e historia de la conciencia creo que sobrevuela el texto de Usó y la perspectiva del libro; lo que no deja de introducir una impronta intelectual deudora de la concepción de progreso, eso sí, de considerable fuste intelectual a partir precisamente de su hegelianismo. Más allá de esta cuestión la propuesta de Usó de atender a los estudios científicos actuales centrados en la conciencia es muy sugerente, especialmente, si consideramos el debate existente entre los propios neurocientíficos. ¿Las cuestiones de conciencia rebasan la esfera de lo individual?. ¿Es la conciencia algo ubicuo?. ¿Es reducible a lo neurológico o más bien lo neurológico es fruto de ese darse eterno de la zoé y de las redes de sentido que promueve?. ¿Hay algún vínculo entre la perspectiva de la conciencia humana y la potencia creativa a la que se acogen la vida y todo lo real?...

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El estado de la cuestión(1): Psicología. Las preguntas no son pocas y sirven asuntos de enorme transcendencia antropológica y también existencial. La cuestión de Dios aparece en un recodo, el de las drogas, en el que acaso no se la esperara. Ya en los acercamientos más tempranos a las plantas y sustancias visionarias y en los primeros formatos de investigación –ya lo hemos indicado- se advertía la recurrencia de vivencias que el propio experimentador consideraba de corte espiritual o religioso. Estas vivencias, como bien supo advertir Osmond, promovían catarsis personales; lo que favorecía las expectativas terapéuticas que se pudieran tener. En estos primeros compases del encuentro con estas sustancias la experimentación se movió en la esfera de las investigación psicológica y psiquiátrica y en ambientes intelectuales muy al margen de la cultura de masas.

Por lo que se refiere a los psicólogos no eran pocos los que indagaban en su posible potencial terapéutico tras advertir los cambios y transformaciones profundas que podían catalizar. Estas dependerían de los aportes de sentido y de la potencia introspectiva que se brindaba en la experiencia. Los cambios podían tener una impronta espiritual o quedar referidos a modificaciones relevantes en el modo de entender la propia vida. Ambas perspectivas, la puramente espiritual y la más introspectiva y existencial, lejos de marcar una diferencia, se entrelazaban sin problema alguno en los testimonios de los experimentadores. Tras la ingesta decían conocerse mejor al tiempo que manifestaban haber quedado deslumbrados por la naturaleza en su grandeza y belleza desvelándose. A veces este conocerse mejor tenía su traqueteo y sus durezas. Algo que no debe perderse de vista.

En esa época la amplia libertad de investigación previa a la prohibición facilitó mucho los estudios que se iban desarrollando. Master y Houston en el experimento, de corte fenomenológico, que recogen en su libro “Secretos de la experiencia psicodélica“, reportan cientos de experiencias con la LSD. Los investigadores trataran de establecer una pauta de experiencia. En su estudio se indica la recurrencia de una mística cosmológica, en tanto acontecer cumbre de la experiencia, centrada en la belleza colosal del cosmos y su unidad.  El milagro de la vida se nos brinda parecían decir estos experimentadores en sus testimonios…

Por especificar; los contextos de experimentación terapéutica de los cincuenta y primeros sesenta respondieron a dos planteamientos. La llamada escuela psicolítica trabajaba con dosis relativamente bajas intentado aprovechar el potencial introspectivo de la experiencia en clave terapeútica. De esto modo las intuiciones servidas se elaborarían en terapia. La otra escuela, la llamada escuela catártica, lo que buscaba era una catarsis que removiera las conciencias y modificara disposiciones básicas en lo que sería una toma de conciencia relevante. Esta escuela trabajaba con dosis más altas. Todos los ensayos y las aventuras intelectuales existentes quebraron o se ocultaron con la prohibición y con la asimilación de ciertas drogas a la cultura de masas.

Al día de hoy y desde hace cierto tiempo se observa la reactivación de las investigaciones en curso, eso sí, desde los propios parámetros de investigación dominantes hoy en día condicionados por la evolución de la psicología en las últimas décadas. Efectivamente, el paisaje de la psicología disciplinar en la actualidad  no es el mismo que a mitad del siglo pasado. Consideremos que el perfil de la investigación ha cambiado hacia registros más conductistas y más biomédicos. Este giro, avalado por el cientificismo y el criptopositivismo dominante, tendrá beneficios pero también el notable perjuicio de dejar de lado el estudio y análisis de la experiencia interna (será infravalorada por considerarse una experiencia subjetiva que queda fuera del campo científico); algo decisivo para entender los beneficios que puedan producirse.

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El estado de la cuestión(2): Desde los pensares, las sustancias visionarias; indagando en cómo nos las representamos En la esfera de lo cultural Aldous Huxley acaso sea quien más claramente haya indagado en lo propiamente religioso de la experiencia visionaria. En sus libros “Las puertas de la percepción” y “Cielo e infierno” este género de experiencias parecieran delimitar una vía abierta hacia a esos estados del espíritu en las que el alma queda abierta a la trama de sentido de la totalidad de lo real al tiempo que a un poderoso juzgador de nuestros equilibrios internos; de ahí lo de cielo e infierno. Para Huxley lo aportado por estas sustancias serviría un determinado umbral de comprensión de las diversas sabidurías espirituales lo que podría dinamizar nuestra vida espiritual y/o religiosa.

Por su parte, Ersnt Junger, asigna con claridad un valor iniciático a estas experiencias en virtud del cual el mundo y la vida se nos insinuaría desde claves y registros que transcienden lo que sería la conciencia común u ordinaria. El desvelamiento de lo Uno, enhebrando todo lo real[2], como finalidad o telos del viático visionario será lo espiritualmente decisivo. La perspectiva de que todo evento o fenómeno presenta una superficie y una profundidad a desvelar, un más allá de la apariencia podríamos decir, estaría a la base de la impronta iniciática que Jünger reconoce en este tipo de experiencias.

El propio Antonio Escohotado en “Aprendiendo de las drogas” aludía a la cita con el espíritu –nos las vemos con el  espíritu decía- que suponía la experimentación con estas sustancias. El comentario de Escohotado viniendo de un hegeliano y de alguien que manejaba el lenguaje con precisión no es ligero ni baladí. Su perspectiva de la ingesta no es religiosa pero queda abierta a la madurez y al grado de libertad del propio espíritu y, en tal medida, a la cualidad de vida y realidad que esto reporta. No olvidemos que el espíritu para Hegel no es sino la fuerza activa del hombre, su fuerza vital, exteriorizándose y objetivándose en el mundo a través de sus propias creaciones y de los umbrales alcanzados. En realidad, el espíritu -lo absoluto- transciende lo estrictamente humano realizándose en la historia humana. Con el estado de nuestro espíritu nos las vemos nos dirá Escohotado… El espíritu y su creatividad; ¿hasta donde alcanzan las potencias del espíritu humano y la propia idea de espíritu?.

Podríamos citar más referencias de experimentadores intelectualmente relevantes y en tal sentido no puedo dejar de referirme a Albert Hofmnn, el químico descubridor de la LSD, del que acaso se ha ponderado poco su capacidad de reconocer el fuste de este tipo de experiencias. El químico, tras una ingesta accidental, fue capaz de reconocer tal calado a partir de su formación humanística. Como digo esto creo que se ha destacado poco y es que mucho investigador, dócil con el criptopositivismo dominante, no habría tenido la más mínima capacidad de poner nombre o atisbar el marco propio de los efectos de esa ingesta accidental. Poner los nombres a las cosas, el preámbulo de toda comprensión… Al hilo de lo dicho creo conveniente advertir que la mentalidad de la que se parta no será ajena a la capacidad de experiencia que se habita.

Por lo demás, Hofmann, integrante del círculo íntimo de Jünger, entenderá las experiencias desde la metáfora del emisor y del receptor. Desde tal metáfora el mundo humano dependería del encuentro con lo que el hombre capta y, al tiempo, de la elaboración que hacen los sentidos y el entendimiento de lo captado. Las sustancias visionarias incidirían en ese proceso de elaboración liberando potencias por venir –las que aluden a las experiencias cumbre de las que nos habla Hofmann- y, también, haciendo aflorar modos de mirar renovados; de esto último, añado, dependerá su gran potencia introspectiva.

Diferencias con repetición que desvelan, a partir de un determinado refinamiento de la conciencia y de la mirada, diversos temples intelectuales y mentalidades al encuentro de una experiencia capaz de conmovernos hasta los cimientos y de asomarnos tanto a nuestras plenitudes como a nuestras fragilidades ontológicas.

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Algunas precisiones filosóficas. Reflexionar sobre el significado de las ideas acercándonos a su clave filosófica creo que resulta decisivo de cara a delimitar la pregunta por la conciencia, por la espiritualidad o por la mística. Ahí vamos. Una mera aproximación que será fértil incluso en los debates y disensos que puedan establecerse. Lejos de cerrar significados de lo que se trata es de servir horizontes de debate sin dar nada por sentado. Plantear las preguntas pertinentes; saber de su anchura y sus calados; abrir posibilidades y potencias hermenéuticas.

La conciencia. En términos filosóficos y, en principio, la expresión conciencia queda vinculada al conocer y comprender del hombre lo que, de entrada, nos delimita una serie de umbrales más o menos intensos dependientes del grado de realización de esa capacidad de comprensión. Estos umbrales delimitaran el grado efectivo de la conciencia sobre la base de la unidad de la misma de tal modo que la unidad de la conciencia no sea sino la unidad de la potencia cognoscitiva que somos. En tal sentido la conciencia será un vortex o vórtice que desde sí, desde su propia potencia y posibilidades, conoce, comprende, relaciona y reconoce la actividad que la circunda.

Entender la conciencia desde su propia unidad -la unidad que articula la capacidad de conocimiento, percepción y atención- tendrá un importante correlato. Quien conoce tiene conciencia de que conoce y, por tanto, autoconciencia y conciencia de sí en tanto agente que conoce. Paralelamente la autoconciencia y los diversos aconteceres y hechos de conciencia lo serán por acogerse a un determinado horizonte de sentido general que se sirve al conocer del hombre. Sin la posibilidad abierta de conocer un mundo ahí afuera no habrá pues posibilidad de conciencia ni autoconciencia. Hasta el punto que hacernos consciente de cualquier objeto supondrá abrir la vía hacia su comprensión en el plano de unidad del mundo.

Como hemos sugerido el hecho de que la idea de conciencia presuponga la de lo real brindándose al conocer y al saber es, precisamente, lo que nos ilustra sobre los diversos niveles de la misma. Tales niveles estarán en precisa correspondencia con la intensidad del conocer y por los horizontes de sentido que se puedan realizar al quedar abiertos a la comprensión. Desde lo apuntado se hablará  de estados o niveles de conciencia pero, también, de los estados del ser correspondientes con los diversos niveles del conocer y con cómo se reconoce el mundo en tales niveles. De esto modo las posibilidades de la conciencia desvelarían umbrales ontológicos y texturas de ser diversas. Esta y no otra es la razón de que en los ambientes de uso de sustancias visionarias se hable de expansión de la conciencia. Consideremos que bajo los efectos  de estas sustancias no es raro que el sentir quede abierto a un modo de percibir y a una capacidad de visión que se considera ensanchada, cargada de sentido y especialmente penetrante. Ahí, la percepción sensible y el entendimiento revelarían la hondura de su intimidad. En tal pasaje, como diría Artaud, la percepción queda abierta como si de un tejido se tratara. Los malos viajes y las malas experiencias dependerán precisamente de este ensanchamiento de la percepción en una percepción que conoce y ve. Y es que tal pasaje puede desbordarnos con facilidad y desordenarnos el temple. No todo lo que se ve gusta.

Más allá de lo dicho la conciencia, en su grado cumbre, percibirá al mundo como una totalidad o red integrada que  nos viene dada y en la que nos desenvolvemos; lo que, de suyo, servirá la indicación de un principio ontológico general. Atender a un principio ontológico general, prácticamente, nos instala en la perspectiva de lo divino en tanto vía abierta a lo que Platón llamó la cuestión de lo Uno y de lo Múltiple –lo Uno, la unidad de todo lo real en tanto esfera universal de sentido que todo lo acoge; lo Múltiple, la diversidad de la lo real y de la vida toda-. Hago notar que Aristóteles llamó teología a la filosofía que atiende al primer principio o principio ontológico. En este sentido no olvidemos la etimología de religión -religare-; la unidad irrumpiendo y sellando en tal unidad lo que parecía separado y diviso. Diferencias con repetición, diferentes veredas con paisajes que se entrelazan.

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La mística. Desde la perspectiva de la conciencia estaríamos en la mística ante un acontecer que desvela no solo la Unidad de lo real sino, también, esa copertenencia de contrarios –coincidentia opositorum- que exige tal perspectiva unitaria. A la base de la misma encontramos una percepción entusiasmada y una mirada de privilegio que transciende los estados ordinarios de conciencia. Tal percepción acogería el acceso al ser vibrante de todo lo real y a la Nada a la que se acoge. Utilizo la expresión de Nada en el sentido que maneja San Juan de la Cruz. El gran místico distingue claramente la vía religiosa de la vía de acceso directo al océano de la divinidad. Esta sería la vía propiamente mística centrada en remover todo contenido de conciencia de la capacidad de atención; lo que incluirá, incluso, toda imagen preconcebida o elaboración mental sobre lo que es Dios. El puerto de llegada será esa atención pura o atención enamorada de la que nos habla este místico. Según San Juan, en la atención pura, debe vaciarse la conciencia de todo lo relacionado con la memoria, el intelecto y la voluntad. En esa noche del alma –del que ya no sabe y permanece desasido de todo- brotaría la divinidad al tiempo que el mundo quedaría acogido a lo divino en una visión olímpica. “Mi amado las montañas”; “un entender no entendiendo”, nos dirá en sus poemas… Tal será la mística cristianocatólica acogida a la llamada teología negativa  (Dionisio Aeropagita, Eckhart, Suso, Tauler -la mística renana; san Juan y la mística del Carmelo). Acaso la religión en su esencia cumbre nos instale en ese más allá de la religión que indica la mística, esto es, en ese religare que solo sabe de lo Uno y de la unicidad del cosmos. La nada divina: Nada satisface un decir sobre Dios, nada cósico o fenoménico es Dios. Dios como noche o tiniebla más allá del ser. Para Platón ese sol que ciega. La mística católica conciliará esta perspectiva con la de la encarnación y con la del hombre que se diviniza acogiendo lo divino.

Con la cuestión de Dios, en términos metafísicos, queda nombrada la de la Unidad del mundo más allá de toda escisión, dualidad o fisura interna. En lo Uno todo queda acogido y justificado. Hasta el punto que sin unidad no se podría hablar de Dios. Lo Uno, Dios; la permanencia más allá de todo cambio y la afirmación de un plano mistérico causal, omniabarcante e integrador. Vislumbrar el horizonte de lo divino supondrá asomarnos a su Misterio y transcendencia y, también,  a la unidad de todo lo real acogiéndose a ese Misterio; la experiencia del Todo y del cosmos en tanto Unidad expresando una plenitud desconocida. Hen kai Pan –Uno y Todo- nos dirán los románticos

La vía mística y el gran desafío de un sentir desatado que nos indica tal vereda: la de un estado interno que nos asimila a la Unidad desvelando la copertenencia de los contrarios y un plano de sentido que todo lo ampara. La vía mística: el desvelamiento de Dios como la Nada y la Tiniebla que todo lo acoge, la afirmación gloriosa de la vida y su diversidad exhuberante…

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El espíritu. El término espíritu deriva del latino aire, soplo, aunque el latín como lengua sapiencial toma cuerpo al encuentro con el griego. Así, el espíritu latino traducirá el griego pneuma que tendrá un significado similar; viento, aire en movimiento, soplo, respiración. En la medicina griega el pneuma quedará asimilado a la respiración que renueva la vida del cuerpo valiéndose de la circulación de la sangre. Los estoicos entenderán el pneuma como aire pero también desde el elemento fuego distiguiendo aire -aer- de pneuma. El pneuma sería por tanto el aire cálido y dador de vida que aporta el aliento vital. No olvidemos la importancia del fuego en la cosmología estoica tan cercana a la de Heráclito.

Progresivamente el significado de pneuma se irá acercando al significado de eter –aither- que aludiría un elemento aéreo, una especie de aire superior y celeste; para Homero la región que habitan los dioses. El pneuma, que terminó significando algo no muy diferente al ki del budismo en tanto presencia vivificadora, era el elemento más sutil y menos denso de ahí que se vinculará con lo celeste, la plenitud de la vida y la animación del cuerpo. Serán los cristianos quienes adjudiquen al pneuma una dimensión completamente inmaterial y divina –el espíritu santo- al significar la presencia de Dios en el mundo y una de las hipóstasis del Dios uno y trino.

Más allá de lo dicho tanto para los griegos como para los cristianos, la parte superior e intelectiva del alma, la que conoce contemplando, estaría compuesta por pneuma. De la misma dependería el acceso a esa esfera de Unidad.  Los padres de la Iglesia nos dirán que el hombre integra cuerpo, alma y espíritu. Del alma dependerá la animación del cuerpo y del espíritu la parte superior del alma, la que conoce y queda abierta a Dios. La escolástica nos dirá que esta parte superior del alma tendría una textura espiritual en su capacidad de conocer la verdad y unirse con Dios. En el horizonte de lo que venimos diciendo podría decirse que el alma sería el principio de animación que nombra la vitalidad del cuerpo y el espíritu la potencia creativa, intelectiva y receptiva del alma en su apertura al conocer y a Dios mismo. En la realización espiritual el hombre llega a ser lo que ya es en potencia –realiza su potencial- alcanzando su propia plenitud. Con todo, alma –psije- en griego- y pneuma serán términos muy emparentados y su significación será siempre dinámica de ahí que no convenga establecer categorías rígidas. En su origen psije alude también a la respiración al pertenecer al campo semántico del verbo psijo –respirar- y al aliento vital que se ingiere y exhala para renovar la vida del cuerpo.

Hasta aquí hemos llegado en este pequeño y limitado tránsito por las resonancias de significado de términos tales como conciencia, Dios, espíritu, alma o mística. Sirva lo dicho para el justo nombrar y el atinado decir.



[1] En un interesante artículo publicado en la revista Ulises Fernando Rodríguez Bornaetxea precisa que la diferencia entre los estados místicos y los experiencias místicas servidos por las sustancias visionarias es que los primeros son estados estables que totalizan la experiencia en esa clave mística, sin embargo, los pasajes espirituales servidos por estas sustancias se inscriben en una experiencia que oscila en el contexto general de experiencia de este tipo de experiencias, con momentos más espirituales y otros de otra significación.

[2] Cfr “Visita a Godenholm”


martes, 8 de agosto de 2023

Juegos filosóficos: A vueltas con el logos

 


 


Como juego se reconocen esta entrada y la siguiente que bien debieran entrar con mucho más densidad en las cuestiones planteadas aunque, claro, ya no serían las entradas de un blog. Juegos filosóficos, intuiciones, visiones; simplemente advirtiendo desde lo alto del acantilado el moverse de las aguas. En la estela de Dionisos, el dios-niño que juega.

 


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Prolegómeno visionario. Logos, palabra: La palabra inagural que compone e hila rostros y figuras. La palabra que nos dice y nombra. El logos apuntando sentido y forma enhebrando lo real. En la palabra los hombres instauran el mundo que habitan y así todo pasa a ser nombre y mundo. La palabra reconociendo y nombrando la vida que florece. El mundo que es aconteciendo en la palabra de vida. Logos, palabra ordenadora, sentido que alumbra lo múltiple en su forma, la unidad velándose y desvelándose; lo real en su sentido. Al reverso del logos el silencio más profundo. Logos, el silencio sonoro que nos dice; piedra líquida, fuego fresco, el agua al fin ardiendo. A la búsqueda enfebrecida de la palabra de luz que nombra y en la que el ser florece. De la palabra hablamos. (Del diccionario de ideas que se encienden)

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Según los contextos logos se ha traducido por razón, verbo o palabra; también se ha traducido por medida al aludir a la proporción que integra en un plano de sentido diversos elementos, o por habla, al reunir el habla ordenadamente las palabras otorgando sentido a las cosas; derivadamente se ha utilizado también para significar principio o ley.

A modo de ejemplo doméstico se podría decir que las reglas del juego del ajedrez son su logos, es decir, lo que permite que el juego exista como tal en el plano internamente coherente y dotado de sentido que conforman esas reglas capaces delimitar al ajedrez como juego. La expresión castellana “dar razón de” -las reglas del ajedrez dan razón del juego del ajedrez- incorporaría algún sentido análogo al del logos griego en alguna de sus vertientes.

Como podemos observar atendemos a una realidad –el ajedrez- que alcanza el umbral del ser desde sus propias reglas. Reglas y juego, uno y lo mismo; el ser que se alcanza y su logos como una unidad que compone. Sin reglas no hay juego; sin juego no hay reglas. Si bien el ser y su logos son uno y lo mismo esto no supondrá que el logos y el ser sean referencias idénticas; estamos ante un paisaje engranado desde las reglas el cual compone y enlaza diferencias y complejidad; el juego como tal, la realidad física de las fichas, el tablero generalmente de madera, los jugadores dando cuerpo al juego, su pericia y destreza; y todo ello, simultáneamente, siendo juego... Tras este prolegómeno de juego de mesa vayamos a las cuestiones semánticas y filológicas.

El campo semántico del sustantivo logos derivaría del verbo legein –contar, enumerar, decir, seleccionar, reunir, recoger-. Así, su significado convoca una diversidad dada –que se cuenta, se enumera, se selecciona, se nombra, se reúne, se significa- atendiendo a un criterio específico de ordenación. Heidegger, por su parte, con el telón de fondo del significado compartido de las raíces del indoeuropeo y atendiendo a tales raíces en otras lenguas indoeuropeas, ha destacado como significados primarios de legein presentar, extender, poner (tras reunir), según criterio; el logos como la pauta de ordenación de lo que se presenta o expone, el logos haciendo presente las cosas mediante tal pauta de ordenación  Piénsese, por ejemplo, en una cosecha que se muestra en la que se han seleccionado los frutos según el criterio que se establezca.

En conclusión, el logos aludiría a la composición ordenada de una diversidad que se revela y da a conocer y al horizonte ordenador de esa diversidad; también al discurso y al decir que enuncia y presenta esa pauta de ordenación. Así, lo propio del logos es tanto el haz de sentido que se enuncia y dice como la pauta ordenadora de la realidad que se instaura; atendiendo al logos algo llega a ser. Indagando en el lenguaje entenderemos el significado filosófico que se va incorporando al término a partir de las potencias de significado existentes en el habla. Acaso uno de los grandes retos de la filosofía en su momento inagural fuera forjar un vocabulario filosófico a partir de las potencias semánticas de determinados términos.

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Convocar el significado filosófico de logos, en sus diversas derivas y atendiendo a su enorme importancia, nos desvelará mucho sobre los jalones recorridos y sobre los auges y declinares de la cultura occidental; también sobre sus futuros inéditos. Consideremos la importante distancia que se ha ido abriendo entre el significado moderno de razón –para Heidegger esa razón que todo lo nivela vinculada al nihilismo[1] como devenir histórico -  y el campo de significación del logos griego. En las anotaciones que siguen detengámonos en la génesis del logos griego.

Antes de nada creo conveniente atender a las reflexiones de Martínez Marzoa sobre el epos -en tanto palabra de sabiduría- el mythos y el logos en su Historia de la filosofía griega. Marzoa nos recuerda como en griego arcaico mythos, logos y epos eran sinónimos. El griego clásico especializará el significado de logos y mythos de tal modo que el primero atenderá a las palabras de sabiduría en las que se emplea la argumentación y el segundo a esas mismas palabras indicando lo verdadero valiéndose del relato y de sus potencias simbólicas, metafóricas y analógicas. Sera Aristóteles en la Poética quien mejor delimite teóricamente el ámbito del mythos y de los relatos.

Atendiendo a ese momento inagural y a la evolución habida en el significado de logos y, también, a la de los términos que históricamente lo han traducido se tomará el pulso no ya solo a la tradición filosófica occidental sino al devenir histórico del propio Occidente en sus luces y sombras. Consideremos que la intimidad del logos griego discurre de la mano de entender la verdad como visión característico de la Grecia antigua algo que se aleja mucho del modo de entender la verdad propio de la razón predicativa y de la racionalidad ilustrada.

Será Heráclito[2] quien ponga las bases del significado filosófico de logos en sus aforismos aludiendo tanto al orden y al sentido de lo real como al discurso ordenado o palabra que apunta a ese sentido; el logos como esfera de sentido instauradora de lo real, el logos como la palabra que apunta al sentido de lo real. Adentrémonos en Heráclito y en la génesis misma de ese sentido filosófico.

La idea de logos para el sabio jonio apelará, por tanto, a ese plano de sentido universal y omnicomprensivo de tal modo que todas las cosas habrían llegado a ser mediante el logos y su eternidad. Por esa razón la sabiduría tendrá que ver con reconocer y atender a lo común que todo lo compendia, que no será sino ese logos. En sus propias palabras “No escuchándome a mi sino al logos es sabio confesar que todas las cosas son uno”. La perspectiva de la Unidad, de poderosas resonancias filosóficas y metafísicas, quedará introducida por Heráclito a la par de la idea de logos. Paralelamente la capacidad del hombre de atender y reconocer el logos, es decir, de desplegar una determinada intuición de lo verdadero dependerá del estrecho vínculo entre el logos y el alma del hombre. A partir de este vínculo será concebible la capacidad humana para el conocimiento de “lo que es” y para un discurso que apunte al logos mismo. En palabras de este jonio de Éfeso ”el alma pertenece al logos, que se acrecienta por sí mismo”.

La potencia de ese logos que enhebra la unidad de todo lo real no solo desgranará una “armonía invisible” –no podría ser de otro modo- sino la íntima copertenencia de los contrarios y diferencias que asoman en el plano de lo real; “de las cosas diferentes la más bella armonía” nos dirá el jónico. La cuestión de la coindidentia opositorum será así una de las derivas intelectualmente más escandalosas y arriesgadas vinculadas a la cuestión del logos. Hago notar que sin tal radicalidad lo propio del logos no podría apelar a universalidad alguna. La radicalidad con la que Heráclito apuesta por la  unidad de todo lo real será decisiva en su pensamiento. De la misma se derivará esa intuición poderosa del sabio transcendiendo en la armonía y la belleza las escisiones del cosmos que no serán sino mera apariencia que nos violenta y desconcierta. “lo completo y lo incompleto, lo convergente y lo divergente, lo consonante y lo disonante. De todas las cosas una, y una de todas”.

Creo que se entenderán nítidamente las resonancias teológicas del logos de Heráclito. Atendiendo al logos se entenderá todo devenir y todo acontecer en tanto la expresión de esa Unidad que desvela que para “Dios todo es bueno, hermoso y justo”. “Obedecer la voluntad del Uno” será pues la divisa del sabio.

El efesio matizará estas resonancias teológicas siendo consciente de que la perspectiva a la que abre rebasa una perspectiva popular o meramente fideista de la religiosidad. Por un lado, el efesio, entenderá la perspectiva del logos transcendiendo los iconos de lo divino del paganismo popular aunque desde cierto reconocimiento de los mismos. De ahí, su afamado aforismo de que “el único acepta y rechaza ser llamado con el nombre de Zeus”. La esfera del logos transcenderá pues la de los dioses de la religiosidad civil en la perspectiva de la eterna productividad creadora del logos. El logos -lo Uno- al que gusta y no gusta significarse como Zeus encendiendo el mundo en el mismo seno de la materia…

Sobre la eternidad del cosmos y de la materia animándose nos dirá Heráclito; “Este mundo, el mismo para todos, ningún dios ni hombre lo hizo sino que ha sido siempre, es y será, fuego eterno que se enciende y apaga según medida”. Todo es fuego medido por el logos en todo momento o lugar. ¿El logos como dios creador?. Si bien en Heráclito se introduce una perspectiva teológica y una perspectiva sapiencial específica atendiendo a esa perspectiva teológica en el jonio no podremos advertir lo propio de un dios personal y creador separado la materia. Para Heráclito el mundo será eterno arraigando en la eternidad del logos que todo lo ordena de la mano de ese fuego que transmutando y recombinándose alumbra todos los elementos materiales. El logos siendo la instancia de animación de la materia será por tanto completamente inseparable de la misma; análogamente a lo dicho para el juego del ajedrez. Sirva lo dicho para delimitar el contexto del uso filosófico del término logos a partir de la potencia ordenadora que esgrime.


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Serán los estoicos quienes más acojan el logos tal y como lo entendiera Heráclito. En su estela, lo entenderán como el principio inagotable de lo real, activo y creador, al que todo se somete y del que todo depende en su ser. Conocer el cosmos en el llamado, por los estoicos, logos universal sería, por tanto, acceder a su propia esfera de plenitud atendiendo a la pluralidad del cosmos revelándose en un haz de sentido universal. Así en este logos universal radicaría y se manifestaría la plenitud de todo ser y la propia excelencia del cosmos en su belleza desbordante.

Del mismo modo que para Heráclito en los estoicos todo sería fuego animado por el logos siendo éste indesligable de ese fuego; la inteligencia ígnea del universo lo llamará Zenón. Como podemos observar tanto en el jonio como en los estoicos encontramos el par logos-fuego otorgando forma a lo real.

La dimensión teológica de lo dicho, paralela a la del Heráclito, se hará evidente eso si entendiendo esa dimensión teológica completamente inmanente e incardinada en la materialidad de ese fuego primigenio que se enciende y apaga según la medida del logos universal. Será pues un par indesligable la materia como principio pasivo y el fuego en el que acontece el logos en tanto principio activo de todo lo real. Zenón considerará al logos como  “artífice del conjunto universal considerándolo no solamente destino y necesidad de las cosas, sino también Dios y espíritu de Zeus»4. Lactancio se referirá al logos como al dios y espíritu de Zeus. Como ya hemos dicho estos guiños a la religiosidad civil, que traducen a los estoicos a su propio contexto, solo cabe entenderlos desde el estricto ámbito de la teología filosófica y de las reflexiones ontológicas.

La aceptación del destino será muy relevante para los estoicos –aceptar las cosas como nos vengan- ya que entenderán todo lo que sucede desde su engarce en la permanente tarea del logos universal ordenando y determinándolo todo. Efectivamente, la perspectiva del Todo, de la naturaleza –physis- y del logos como agente totalizador será decisiva para los estoicos. Por eso mismo su énfasis en la aceptación del destino y del acontecer ya que entenderán esa totalidad como un orden natural universal y bello del cual se forma parte y que se ha de asumir.

Platón, por su parte, dando por sentado el significado filosófico establecido por Heráclito, indagará en el significado del logos como palabra de sentido que indica la verdad –a esta cuestión dedicaré la siguiente entrada-. El cristianismo, en el célebre versículo del prólogo del evangelio de San Juan, lo asociará con Dios mismo en su potencia creadora –la teología entenderá el logos como la segunda persona de la trinidad-. De este modo el logos encarnándose y habitando en lo humano no alumbrará a un sabio sino a Dios mismo siendo cuerpo animado. A partir de ahí no será de extrañar que los padres de la Iglesia constituyeran la teología cristiana en tanto teología del logos que se encarna...

Atender a los diversos significados dados al término logos y, también, al posterior desarrollo de la ratio latina y la razón moderna nos ubica en la entraña misma de la tradición teológica y filosófica, en sus auges y encrucijadas y, también, en sus declinares. Recuérdese el duro juicio ya indicado que hace Heidegger sobre la racionalidad en los tiempos del nihilismo cumplido. Sobre la evolución del significado de la ratio latina, en realidad todo un proyecto de investigación, atender al debate de los universales y a su significación ontológica quizá sea una cita obligada. Sera el neoescolástico Suárez el que dé el cerrojazo final al umbral de realidad de los universales al considerarlos solo entes de razón distinguiendo nítidamente lo racional y el pensamiento, en tanto actividad del alma, de lo real y del ser al que abre. Sirva lo dicho como personal y brevísima pincelada sobre la cuestión del logos bien lejos de toda sistematicidad. 



[1] Martin Heidegger. Acerca del nihilismo.

[2] Todos los entrecomillados serán fragmentos de Heráclito.


sábado, 1 de julio de 2023

En cuatro movimientos: Abdennur Prado, la visión de los acantilados


 


“Imposible gemir en este instante/concentrado en la nada vigorosa[1]


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No conozco personalmente a Abdennur Prado aunque se de su trayectoria  desde hace tiempo. Escribir sobre él no se si me hace fácil o difícil precisamente por ser importantes las vecindades entre ambos. Digamos que es alguien a quien entiendo bien, o incluso demasiado bien, también en el disenso. Acaso por eso hacer una reseña de su libro ha encontrado su singular tránsito. Vo y anotando el poemario y sus  versos se entremezclan con mis subrayados y notas. El resultado final termina acojiendo diversas orillas en un libro vivo profusamente anotado y subrayado a lápiz. Todas esas orillas van recorriendo un iterin de marcado acento espiritual y visionario. Este iterin arranca en el pálpito de una crisis interna que divisa al propio mundo chascándose como sandía para descubrirlo como herida…  Una herida de la que acabará, sin embargo, manando luz en la aceptación de “lo que hay” y “va siendo”[2], La aceptación de ”lo que hay” incluirá la de la propia finitud y nuestra muerte venidera. “Nada nos reclama/tan solo el oleaje” [3] nos dirá el poeta reconociendo el tiempo como ese  “anillo/ de compromiso con la muerte”[4]… Y ahí “nos caemos entonces del lado del destino/en el acto más puro cantando la alabanza/ del tiempo como hijos de los acantilados”[5] y es que “nos ampara el señor de la fortuna cuando nos sometemos al destino”[6]

 

¿Aceptar el destino como gran eje del espíritu –ruh- despojándose de su velo?… En realidad, una exigencia de la unidad de todo lo real que dijera Ibn Arabi -o incluso su sello-. Al tiempo la intensa expresión de vigor interno –en realidad, una gracia- que anima la sagrada potencia del decir si aceptando intimamente “lo que hay”. “Estas en el presente como un todo”[7] nos dirá el poeta… En ese presente, abriéndose al todo y a su engrana de sentido, será recurrente vivir nuestro propio desplome cayendo desde las alturas del acantilado hacia ese mar que nos confunde en lo sin forma. El cerro que nos elevaba se revela como acantilado derramándose en las aguas siempre excedidas del océano. El mundo dejando de ser lo que soñábamos. El nivel del mar subiendo; temor y temblor. El acantilado como hogar recio y ventoso que precipita y permite divisar la mar océana más allá de la forma. “Llegar a ser lo que eres: un recipiente y una forma abierta a lo increado”[8]. El  anhelo de lo Uno como rostro de la gracia que se muestra… “pero las olas cesan de estar ebrias/si el corazón se calla y la promesa/ de la unidad no mueve las manos como remos”[9] nos advertirá el poeta. El Misterio de la Unidad conjurado. Lo Uno desvelándose para amparar y acoger la diversidad de lo real. “Desde la perspectiva unitaria la simpatía vence toda oposición y la semejanza supera toda diferencia. Pero al hacerlo las preserva”[10]. Lo Múltiple como manifestación de la Unidad, su propio rostro revelado...

 

Como decía mis afinidades con Abdennur Prado no son pocas. Compartimos áreas comunes en nuestra formación como filósofos y también cierta figura un poco beat[11]. Hemos leído a los hijos de Nietzsche (Deleuze o Foucault) y a ambos nos alcanza esa nostalgia por lo sagrado y el Misterio que, en nuestra infancia, supimos ver en Bataille. Aprendimos de la filosofía del siglo XX tanteando sus luces, bucles y vías angostas. Ambos quedamos deslumbrados por los grandes sufíes al abrirse salvaje su palabra como un tejido de fuego. Bebimos del cuerno del nihilismo hasta las últimas gotas, por no ser cautelosos reaccionarios, y vislumbramos sin tapujos la decadencia, casi de vía muerta, de nuestra civilización. Conocemos bien la estela de Nietzsche y su gran visión, capaz de advertir que la decadencia de Occidente es más honda que la que serviría un mero problema de subversión violentando una traditio.

Ahí Abdennur decidirá un viraje íntimo relevante en el que no pierde la figura. Su conversión al Islam es todo un ejemplo al mantener la virilidad espiritual del que no se arabiza colapsando eso de ser musulman en una cuestión externa de costumbres supuestamente bendecidas; algo muy extendido por la debilidad del converso y por la presión de lo que sería el Islam realmente existente quince siglos después de la muerte del profeta. De ahí que no nos deba sorprender, por ejemplo, su rotunda atención a la cuestión de la mujer en el Islam y al feminismo islámico. Por lo demás, Abdennur Prado, uno de los nuestros, nos confronta en nuestra fibra andalusí atendiendo a un esplendor deliberadamente olvidado. Esta no es una cuestión menor ya que con la conversión, el poeta, reformula un destino inédito de nuestra propia tradición cultural. Algo que quizá se percibiera mejor hace unas décadas lejos del panorama de choque de civilizaciones que actualmente se implementa.

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La poesía se abre como flor no cuando nos gusta o complace  -la poética no es una cuestión de gusto ni deleite- sino cuando se descubre viva y con capacidad de nombrarnos de tal modo que la prosodia, emancipada del autor y del gusto del lector, se convierte en esa palabra sin dueño que nombra las vías y goznes abiertos de lo humano. Ni siquiera es que nos reconozcamos en la palabra del poeta. Más bien el poeta, en su propia ebriedad e inspiración, abierto queda a los paisajes del hombre nombrando su llegar a ser a través de una poética que es espejo. Un ser que, para Abdennur Prado, enraíza en lo que él llama lo siempre ausente brindándonos su poder más allá de lo humano y sus carencias.

Lo siempre ausente, el “él o el hu del sufismo”, la invocación de la divinidad más reservada de los sufíes. Hu, hu repiten los sufíes en sus rituales de oración y trance. Llamativa manera de invocar a Dios invocando lo que en términos de sintaxis no es sino la tercera persona del singular, de suyo siempre ausente, pero cualificándolo todo al tejer el marco en el que quedan definida toda relación –la vida siempre va más allá de la simple relación entre el yo y el tu; la tercera persona es lo que cualifica el conjunto-. Hu, en realidad, una llamada a lo completamente transcendente, a lo completamente otro más allá del ser, a eso que no vemos y de lo que nada podemos decir; una alteridad que, sin embargo, tal y como indiqué cualifica todo el escenario para tornarlo significativo y simbólico; potencia de la vida que se brinda en la copa del ausente que se anhela… “pero lo siempre ausente me dona su poder/ de amar la lejanía mientras veo/la lluvia descender como un presagio”[12]… ¿Solo es el hombre en el anhelo?. La poética como espejo “la poesía transparente toca/ la línea de la aurora/cuando el silencio vence la derrota”[13]. El anhelo y el silencio como aduana.

Desde la propia herida del alma dejada a su albur y desde el insinuarse del ausente aparece la noción de senda, de vereda, de camino que se recorre desgranando las estancias que el corazón habita. Para Abdennur la amada, espejo y vibración del alma, será la privilegiada referencia que desgrana el camino que trazan las esferas transitadas “una pequeña luz que me contiene/ y hace  de mis locos pensamientos/ una huella del cuerpo de la amada”; la amada y no solo, también “la visión del mar como camino”[14]… La dama en el mar; ancla, astrolabio y timón; esa dama increada[15] que vivifica al amante en su devenir del mar océano; “solo tu imagen tímida y remota/concilia mi esperanza y mi pereza/ se deshace en instantes de pura devoción”[16].

La doncella, la dama celeste (y terrestre), la doble femenina del alma y su cuerpo rebosando luz, estará muy presente a lo largo del poemario. La relevancia de la dama no será ajena a la gracia donándose por ser la dama el espejo del viajero. ” la gracia de lo eterno que se ofrece, la amada como gracia”, bendecido cuerpo de luz, “sueño con tu cuerpo luminoso”[17]; te recibo “como a un volcán su lava”[18] dirá el poeta.

El carácter visionario de los poemas se intensifica a lo largo del texto para alcanzar esa palabra que nombra en una trama de paradojas enlazadas. Según nos adentramos en lectura de los versos se va elevando el nivel de las aguas aunque el deseo mal elaborado lastra, confunde y limita. Aun así, el camino se nos revela con una contundencia devoradora “ya conozco el camino/estoy en sus veredas incenciado”. Y el camino es el maestro y la vía abierta a lo divino; y, también, la brasa más ardiente “estoy en el camino/ cuando siento lo divino/inundándolo todo con su fuego”[19]. La propia nada, la fatuidad que nos enhebra, esa derrota íntima que se asume se acepta como el más preciado tesoro[20] acogiendo el mundo ardiendo en un tiempo eterno que siempre permanece[21]. La derrota necesaria vuelve a insinuarse y es que nuestro psiquismo se ubica en el centro de la vida como si nada más hubiera que la sombra que creemos ser; la  derrota será pues conciencia de nuestros límites; no somos el centro de nada. Nos sabemos frágiles, nos sabemos livianos, nos reconocemos incluso como una nada -“es un camino agreste donde asumo/mi nada como el cauce que impulsa la certeza”[22], que solo sabe del fuego desde ese encuentro que aniquila en lo divino; “es una fuerza bruta en su belleza/primaria y siempre viva/un despertar salvaje como el trono/de Dios sobre las aguas una brutalidad tan cálida y hermosa/que lo arrasa todo/y nos deja entregados a la llama/ del corazón sellado por la gracia”[23].

La belleza desatada estará muy lejos de ser algo que tenga que ver con el gusto o lo bonito. Más bien es el reino de lo salvaje inflamando la vida toda, el aullido del lobo que estremece, la vida que arrebata y nos saca de todo quicio, las aguas bullendo frescas y haciendo girar en la locura toda forma… Y en la gloria del copero desvelada, el creyente abre el alma a su desgarro “por amor de la lluvia/purificando el pecho”[24]. El desgarro que sirve lo celeste; “las emociones liberadas del peso de los días”…

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En su poema Confesión el poeta glosará su propia crisis. En la feria continua de imágenes de la sociedad de consumo y en el menú de diseño que se ofrecía se movía algo detrás de la escena y, un buen día, tocó quedar tendido con el canal bien abierto; fieramente y casi sin darse cuenta, sin alharacas ni alborotos, en el silencio del abismo y en la palabra que nombra… “a lomos de un instante mortal como un gemido/ respiramos el orden insumiso/ de la divinidad más pura y lujuriosa/enterrados en la vida nos dimos a la fuga/sentimos el abismo abrirse en el silencio… fue un fiero despertar a lo invisible/la voz de la otra vida nos reclama[25]”… Lo salvaje, ubicándonos fuera de sí haciendo añicos la convención social, sus pequeñas verdades y nuestra fatua identidad, eso que, algún día, creímos ser.

Desde mi propia singularidad me resuenan las palabras del poeta. A pesar de nosotros mismos y como un regalo, sin merecerlo especialmente, algo entreabríó los ojos. “no es un abismo sobrio/es un espacio arrebatado/por el sol del vacío/y el cuerpo lujurioso”[26]. La pregunta por el cuerpo surge en las palabras del poeta. El cuerpo, tan maltratado y despreciado cuando la ascética no sirve por fracasar el caminante en sus esfuerzos y experimentos de autocontrol. ¿Quién afina el cuerpo incrementando los quilates del eros?. Recuerdo a Spinoza “si supiéramos lo que puede un cuerpo”… Es el cuerpo estremecido y animado, con sus sentidos hirviendo, quien se gira a la presencia revelada en el océano más que vivo, “este cuerpo salvaje.../se aparta del camino transitado/y se orienta al recóndito paraje/donde habita su alma enamorada”[27]. El alma como destino del cuerpo, como cesión del cuerpo del creyente enamorado a la erótica divina. En palabras del poeta “es la gloria furtiva/ del creyente que cede/su cuerpo a lo infinito”[28]. Por eso nos dirá el poeta que la visión –lo visionario- no es un final sino la vía abierta que “irradia el fin que une y purifica los deseos”[29]. La purificación del eros, la plenitud espiritual del cuerpo, la visión como plenitud del cuerpo en el alma que despierta a sus potencias; “si despiertas la luz latente en tus sentidos/y tus sentidos latentes en la luz//si abres los ojos del alma a las esferas…”[30]. Más allá del cuerpo y sus sentidos inflamados ese océano sin forma y el alma abriendo al extremo sus entrañas... El cuerpo espiritualizando sus sentidos en la gracia. La materia hirviendo en la luz.

Como podemos advertir ante la cuestión del cuerpo no estamos ante la necesidad de una ascética voluntarista y desbocada sino en la urdimbre misma del alma cebándose en su intuición y apertura a lo divino. Una cuestión de gracia y no de mera voluntad…”mi pereza/ se deshace en instantes de pura devoción” nos dirá el poeta[31]. Advirtamos la transparencia con la que el poeta aborda la cuestión del cuerpo y los vericuetos del eros. No nos quejemos tanto del cuerpo descabalgándonos y quejémonos de nuestros modos de pereza en la marejada desbordada del espíritu brindándose. Oratio et contemplatio. El cuerpo como “materia luminosa”. El eros bendiciendo la vida.

El desafío de la “materia luminosa” en esa gracia que se ofrece lo impregnará todo. “Nada puede detener la dicha/de una divinidad telúrica y borracha/ de poder y belleza naturales”[32]. El dios de lo salvaje brindándose ausente en un misterio ubicuo. Lo siempre ausente y su presencia “me dona su poder”[33]… Al filo de los acantilados más abruptos fuimos arrojados pero de la mano de un eros salvífico nos encontramos. Al frente, el océano de la inmensidad sin límites ni formas. El laberinto del eros y el desafío del océano. Ya el poeta nos contó en Confesión los laberintos de un eros que no siempre mira hacia lo alto. En el poema “Proclamo mi derrota”[34] la persona singular desvelará su límite y su dependencia radical del Misterio “tan ciegamente roto/ tan animal, tan abismado/tan mudo como ciego/… completamente ido… no puedo ser siquiera no puedo ni no ser/tan solo darme al fango de la espera/y esperar que el amor de las mareas/me devuelva mis restos a la playa/de la desolación de lo infinito”. Continua el poeta “aquí en el santuario proclamo mi derrota/ aquí en el santuario donde espero/la visita del ángel y el fuego del hogar/ proclamo la victoria de la materia luminosa/cruzando por la puerta abierta de mis dedos/ tocados por la gracia”. La dependencia de la belleza como gran fuente de salud; la dependencia de lo divino.

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Los acantilados como visión y poesía: Poesia de espera, poesía visionaria, poesía ebria y borracha sin orden ni concierto, poesía de derrotas regaladas y silencios que desbordan, poesía de los acantilados más agrestes y de las caídas al océano vacío, poesía del desgarro como crisol que nos alumbra en el útero marino, poesía de pasajes del alma bien abiertos al misterio de la luz, poesía que aguarda la palabra que nos nombra indicando la vereda iluminada, poesía del éxtasis haciendo y deshaciendo, de la nada íntima que se abre al más allá y su honda noche, poesía del fuego abrasando las entrañas, poesía como pasaje de frescura en el atanor del misterio, poesía de conjuros en el agua iluminada: la llamada que nos dice; poesía anhelante que clama la intimidad con lo divino, poesía de la dama que nos dice el ser vibrante abierto al infinito, poesía de la herida nutriendo como pan celeste; la herida como condición al silencio más sonoro. Desgarro y luz. Redención en el amor que al fin crece en sus quilates…

El “limite extasiado que rompe la coraza”[35]. La poesía narrando la gracia que se brinda en la fractura más íntima; “la gracia de estar ebrio”[36], la embriaguez como gracia, “la embriaguez divina/ uniendo y separando el oleaje/ del saber que la gracia nos dona sin medida”[37]. Tal será el acercamiento que haga el poeta a la idea de gracia, la gracia como vida desbordándose al fin fluyente, como salud recobrada “alimento bendito del alma como herida/ visión intempestiva del corazón sanado”[38]; “al fin la gracia/me dona sus raíces/ para hacer de estas lágrimas de fuego/ una totalidad de amor como camino”[39]

La alusión a la salud no será una cuestión menor ya que en la gracia el alma recuperaría la plenitud espiritual y cognoscente que le es connatural, “este mente encendida/por el amor divino”[40]. La gracia como lo divino irrumpiendo, como la ausencia iluminada, como lo infinito derramado, como el útero divino abriendo sus rincones. Para Abdennur la cuestión de la gracia es inseparable del despertar del alma del hombre inhabitado por lo divino y animando sus pasos hacia el encuentro, la gracia como “orientadora de los pasos de cristal/hacia la misma fuente/ genésica y triunfal de la belleza”[41], la luz del Misterio divino irrumpiendo, la gracia como gran alegría, la gracia como ese hecho extraordinario que dijera Morente en la vida misma iluminando el aquí y el ahora, la gracia como perfección de la fe en el abrazo de Dios. La gracia en la coherencia del hombre con su alma.

 



[1] Abdennur Prado. La visión de los acantiladados. Mandala ediciones, pg. 27

[2] Es una pena que en romance no dispongamos del participio activo o de presente del verbo ser para indicar la dinamicidad procesual de la cuestión del ser ajena a todo estatismo y a toda abstracción excesiva; algo que pareciera introducir la remisión al infinitivo del verbo ser. Efectivamente, la pregunta por el ser en el ámbito del pensamiento griego no fue formulada en infinitivo lo que sirve diversos problemas de comprensión de algo filosóficamente decisivo.

[3] Abdennur Prado. La visión de los acantliados. Mandala ediciones, pg 16.

[4] Ibid, pg. 25

[5] Ibid, pg. 20.

[6] Abdennur Prado La visión de los acantilados, Ed. Mandala, pg. 106

[7] Ibid, pg 157.

[8] Ibid, pg. 180

[9] Ibid, pg 28.

[10] Ibid, pg 183.

[11] La beat generation, Los beats, los dañados, los golpeados, literalmente los mordidos… Para desde esa mordedura ser conscientes de que en las antiguas veredas del espíritu está la salida del laberinto. Bien lejos de toda tentación new age de lo que se trataría es de renombrar.

[12] Ibid, pg 13

[13] Ibid, pg. 95

[14] Ibid, pg. 160

[15] Ibid, pg 34

[16] Ibid, pg 36

[17] Ibid, pg. 35.

[18] Ibid, pg 36.

[19] Ibid, pg 46

[20] Ibid, pg 44.

[21] Ibid, pg 17.

[22] Ibid, pg 47

[23] Ibid, pg 53

[24] Ibid, pg. 56

[25] Ibid, pg 18-19

[26] Ibid, pg 82.

[27] Ibid, pg.80.

[28] Ibid, pg. 55

[29] Ibd, pg 175.

[30] Ibid, pag 76.

[31] Ibid, pg 36

[32] Ibid, pg. 32

[33] Ibid, pg 13.

[34] Ibid, pg.27

[35] Ibid, pg 103.

[36] Ibid, pg. 77

[37] Ibid, pg 69

[38] Ibid, pg. 68.

[39] Ibid, pg 66

[40] Ibid, pg 80.

[41] Ibid, pg 61